17 agosto, 2007

Accio!!!



Estando en cama hace ya muchos años atrás, digamos…a fines del siglo pasado, llegó a mis manos un libro del que había leído mucho en los diarios: Harry Potter y la Piedra Filosofal, el primer tomo de los dos que por entonces circulaban e las librerías.

La afinidad entre Harry, Ron y yo fue inmediata. A nuestra amiga Hermione la empecé a querer, ya no recuerdo si luego de que empezar a sospechar que debía cambiar sus prioridades, al descubrir a Fluffy (el perro de tres cabezas) una noche en que deambulaban sin permiso por los pasillos de Hogwarts o la vez en que los salvó por primera vez de ser expulsados, cuando entró un troll al castillo la noche de Halloween.

Pronto descubrí tres cosas en esta aventura. La primera, que si bien Harry siempre fue nuestro héroe y amigo, de no ser por Ron y Hermione, hubiese muerto en algún momento durante el primer año. La segunda, que estaba bastante sola en eso de irse a dar un paseo a Londres, subir al Expresso Hogwarts en el 9 ¾ de King Cross, tomar la varita e iniciar un nuevo año escolar aborreciendo a Snape y Malfoy, temiendo y queriendo a Mc Gonagall, riendo con Fred y George, sufriendo en el Quidditch, adorando a Dumbledore y desentrañando los misterios que en cada libro nos preparaba JKR. Y por último, descubrí que el asunto se volvía adictivo, no sólo por la para los otros detestable manía de devorar cada libro en el menor tiempo posible, sino porque, junto con la parroquia, aunque en menor medida, esta afición o locura se volvió importante, una parte de mi persona, de mi generalmente soñadora esencia.

Lo bueno del caso, es que esos no serían mis últimos descubrimientos. Estuve sola hasta que llegué a Maipú, porque descubrí a una amiga que tenía el mismo vicio, que esperaba como yo los libros, que sufría con las películas y se reía de mis chistes mágicos ¡porque los entendía! Luego, en un verano un tanto ocioso, descubrí una comunidad en internet, con gente que me tranquilizó, porque eran todos mil veces más fans que yo, lo que indudablemente sirvió para que dejase de pensar que estoy loca por no pasar un día sin imaginarme llamando al control remoto con mi varita. Desde entonces, cada vez que me asalta una duda, o “necesito” comentar alguna parte de algún libro, creerme la sobrina, prima, hija o tía de Dumbledore…recurro a ellos, y me vuelve un poco la paz al cuerpo.

Finalmente el año pasado, mi amiga y yo conocimos a alguien más, que pronto se hizo nuestro amigo en Cristo y compartía nuestra “pasión” por el mundo no muggle: Padre Osvaldo. Alguien más con quien compartir la expectación, los chistes, las “teorías”, entre muchas otras cosas. Quien nos prestara el penúltimo libro, bastante más fácil de leer que la versión pirata. Alguien más que corrobore que un libro por hablar de magia no es malo, ni lo es por querer mostrar que en la vida existe el bien y el mal, y que este último se vence valorando la amistad, luchando siempre, siendo valientes, arriesgados y humildes; que nunca estamos solos si existe la magia…o la fe.

En estos momentos en que volveremos a ser sólo dos fanáticas en este pedacito de ciudad, me gustaría que esa magia, cuando extrañemos a nuestro tercer amigo, o cuando lo necesitemos con urgencia, nos permitiera usar los polvos flu en la chimenea, o el hechizo desilusionador para viajar en escoba a España, incluso, si no hay apuro, mandar una lechuza. O simplemente, poder decir “Accio Padre Osvaldo[1]” y traerlo a Chile al menos un ratito. Pero la fe, que mueve montañas y une corazones, nos hará tenerla al mandar un mail con ese título y recibir de vuelta una pronta respuesta.

Por Cata Dumbledore.

[1] Pensé en poner ese título a los mails, para evitar ser víctima de la costumbre del padre de borrarlos sin leerlos. Entonces, cada vez que digan eso, él verá que es algo importante, ¡Y lo leerá!